sábado, 14 de enero de 2012

Las potencialidades educativas de Castro Enríquez

El valor patrimonial de la dehesa, en su significado natural, cultural e histórico- artístico ha sido manifestado en numerosas ocasiones por profesionales procedentes de distintos campos. Esta condición la convierte en punto de mira para una puesta en valor desde el punto de vista educativo.

Deseamos que los escolares de la provincia conozcan su funcionamiento, ejemplo de uno de los sistemas de explotación más sostenibles de la naturaleza. No debemos olvidar que supone la contextualización natural e histórica de la cría de una amplia variedad de razas de ganado, destacando la morucha donde la finca de Castro Enríquez se presenta como escenario experimental.

Objetivos del programa:

Realizar una puesta en valor la dehesa salmantina y su entorno a través del aprovechamiento educativo de este recurso.
Acercar a los escolares la importancia de los encinares dentro del conjunto de los paisajes culturales salmantinos.
Aportar soluciones a los problemas y conflictos ambientales asociados a estos lugares de interés compartido.

Durante el desarrollo de la visita se realizará un itinerario con diferentes paradas en donde se trabajarán una amplia variedad de contenidos, desde la flora y la fauna hasta la edafología e hidrología, sin olvidar las tradiciones y folclore o la literatura.

Por todo lo expuesto, esta programación permitirá que los alumnos de la provincia de Salamanca tengan un acercamiento didáctico al ecosistema y paisaje por excelencia de los salmantinos.


jueves, 12 de enero de 2012

Dehesas salmantinas: donde la biodiversidad nos recibe

Quietud del viento, trinos de granito, perseverante verdor. Este es el atrezzo intangible de la dehesa, el aliento que llena el espacio entre las encinas. Aquel dosel verde que se derrama con fruición por el campo charro. Un paisaje de puertas abiertas como los brazos de sus longevas matriarcas. Cien, doscientos, trescientos años esperando la visita del que camina.



Esculturas vivas que se retuercen de belleza

No necesitamos andar mucho, cualquiera que sea la dehesa donde nos hallemos estará conquistada de cientos de artísticas individualidades. Árbol a árbol, encina a encina, la diversidad de formas se aliará para engendrar una galería espontánea y paciente. Fijémonos: los arqueos de su crecimiento, la dimensión de su volumen, el contorsionismo humilde de sus troncos, sinergias que recorren la obra escultórica de la Naturaleza.

En el encinar encontramos bustos y torsos, relieves y bajorrelieves, tallas y vaciados, un modelado rico y heterogéneo con la marca de autor de nuestra tierra. Aquel que plantó hace dos o tres siglos aquella bellota, aquel que legó el ser vivo que ahora nos fascina fue el anónimo autor de un escenario desembarazado de su modestia.


Por todo ello hay que acercarse a ellas con algo más que ojos de naturalista, hay que sentarse ante una, la que más nos impresione y aprender de memoria sus formas. Sacar un cuaderno y esbozarla nos ayudará a recorrer su orografía, las teselas de su corteza o las multiplicidades de sus hojas. Ese instante será propiedad del viajero, un instante de calidad para el que busca emocionarse. Y después avanzar hasta otra y luego a una tercera, así cada nuevo encuentro nos desvelará aquello de lo que nunca antes nos habíamos percatado.

Una copa llena de templanza

            Más allá de este momento intimista al que invitamos, también es necesario distanciarse un poco del tronco y observar la bondad de la copa. En el estío veremos el verdor a sus pies, allí se refugia la escasa humedad y óvalos de hierba nos convidarán a una sombreada siesta. Si es el otoño quien transita por el camp charro, entonces el verde todo lo inunda, sólo la dehesa mantiene el sinople en el paisaje. Ya en las nevadas invernales las praderas se cuajarán de blanco, pero bajo la encina la clorofila se resistirá a marchar. Y claro, la primavera, el eterno retorno de la diversidad de la vida. Cantuesos, tomillos, jaras y torviscos salpicarán el aceitunado de la floresta. Aquí la hojarasca pinchuda pierde su condición atemperada y da rienda suelta a la fertilidad absoluta.



            Y no seremos justos con nuestro emblemático árbol si no citamos a la espontaneidad vital de la fauna. Abejarucos y abubillas del verano, la realeza de los milanos anudada a voracidad bellotera del jabalí en la otoñada; la sonoridad de las grullas en su invernada o la moteada presencia de la jineta prevernal. Todo gracias al modesto y humilde adehesado.



Mil encinas a la vista

            Nos seguimos retirando, ahora en la distancia vemos una salpicadura de arbolado. Cientos de longevos ejemplares se aproximan y distancian provocando densidades diversas. En unas zonas, el esponjamiento del paisaje y su llanura nos acerca a la sabana africana. En otras, el monte mediterráneo se aprieta ocultando por completo sus riquezas.




            Y entre unos enclaves y otros divisaremos las vaguadas. Esos ondulantes y minimalistas valles que identifican la dehesa salmantina. La humedad del arroyo hace desaparecer a la quercínea y son los fresnos y prados los que conquistan la vista. Las vaguadas acogen la vida bajo sus innumerables formas y la biodiversidad se arrima a ellas para saciar su sed.

Recorrer la dehesas con el pie y la mirada

            Pero el viajero quiere también algo tangible, la ruta que le anime a ensimismarse con todo lo pronunciado. Para ello abriremos 6 posibilidades distintas y no muy distantes.

Una la podemos definir como la Ruta de las Vaguadas y busca interpretar esta visión del monte mediterráneo fijándonos en accidentes geográficos, en la geomorfología y en la geología que se manifiesta en forma de encrespadas pizarras o enhiestos granitos. Para ello recorreremos con nuestros vehículos las poblaciones de Vecinos, las Veguillas, San Pedro de Rozados, sin alejarnos mucho de Salamanca. Cada uno debe elegir donde parar, personalizando así el camino.




La Ruta de las Grullas nos traslada al entorno del Pantano de Santa Teresa. Se abre como una ruta ornitológica con los encinares como hábitat de referencia de las aves de la zona. La grulla estará en la invernada, pero la corte de avifauna será amplísima durante todo el año. Con este fin peregrinaremos por La Maya, Galinduste, Armenteros, La Tala, Guijuelo, Salvatierra de Tormes, y Montejo. Las emplumadas nos estarán esperando.

 

Y no dejaremos en el tintero la Ruta del Toro de Lidia y la Morucha, raza y adaptación, selección humana y natural, esculturas dinámicas que se entreveran con las estáticas. Las faenas diarias, la fincas con nombre y los pueblos que las albergan pasarán por la ventanillas de nuestro vehículo: Robliza de Cojos Tabera de Arriba, Tabera de Abajo, Aldehuela de la Bóveda, Garcirrey, Buena madre, San Muñoz, Sanchón de la Sagrada, Carrascal del Obispo, Villalba de los Llanos y Matilla de los Caños. Nuestro disfrute irá parejo al respeto por quien trabaja en el monte.




Siendo estas tres rutas citadas de amplio recorrido, el caminante demandará poner pié en tierra y empaparse de los olores del campo. Así una primera propuesta pasa cercana al Tormes, junto la villa de Ledesma. Se trata de la Dehesa de Puente Mocho, cercana y atractiva que nos regalará la presencia del viejo pontón sobre la Rivera del Cañedo.




A un palmo de distancia, partiendo de los Mesones de Ledesma surge el Cordel de las Negras, embaucadora vía pecuaria que acompañará la rivera mencionada hasta el pueblo de Topas. Senda de pastores y ovejas, carril de merinas donde la bicicleta puede ser un buen medio de transporte. Podemos finalizar si queremos en San Pelayo de Guareña y aprovechar para contemplar su tricentenario moral, una auténtica Catedral Viva.



Mas si queremos ir a los orígenes, si nos apetece ver el caldo de cultivo original de los adehesados hemos de marchar de Torresmenudas a Valdelosa por el camino antiguo. Encinas, quejigos, robles y alcornoques son la gran familia de las quercíneas que allí se mezclan. Nuestros predecesores las fueron seleccionando, quitando o dejando en el paisaje según sus necesidades. Todo allí es vitalidad.

Dejamos pues a disposición del lector distintas miradas a nuestras dehesas y variados caminos para recorrer. En su mano queda ya la elección, ni la encina ni el encinar le defraudarán. Fascínense.